'Osama' y la discriminación de la mujer afgana bajo el régimen talibán

©Barmak Film
©Metro Goldwyn Meyer
La complicada situación de Afganistán en las últimas décadas del siglo XX vino determinada especialmente por la Guerra ruso-afgana y la invasión soviética desde 1979 hasta 1989, cuando las últimas tropas de la URSS abandonaron el país. Sin embargo, esta centuria reservaba aún otro difícil momento, el establecimiento de los talibanes en el poder, acaecido en 1996. Este grupo, aparecido en las madrasas de Oriente Medio unos años antes, estaba formado por jóvenes sunníes de la etnia pastún, cuyas poblaciones se localizaban en las zonas limítrofes entre Pakistán y Afganistán. Con el objetivo de imponer el orden y homogeneizar este último país religiosa y culturalmente, los talibanes iniciaron, una vez retirados los soviéticos, la yihad e implantaron el “Emirato Islámico de Afganistán”. Su llegada al poder fue favorecida por la situación de caos que imperaba en el país por las actuaciones de los muyahidines, aunque no debe dejarse de tener en cuenta el apoyo que recibieron por parte, no sólo de Pakistán y Arabia Saudí, sino también de EEUU. Basados en el fundamentalismo islámico, los talibanes impusieron un verdadero régimen de terror y de falta de libertades que afectó especialmente a las mujeres. Una crítica feroz a estas circunstancias vertebra Osama (2003, Sidiqq Barmak*) la primera película rodada en Afganistán tras la caída del régimen. En este largometraje, una familia compuesta sólo por mujeres de tres generaciones se ve condenada al aislamiento y a la pobreza con la llegada de los talibanes, que establecen una serie de medidas restrictivas y discriminatorias de carácter misógino. Ante esta situación, la abuela y la madre optan por transformar el aspecto físico de Marina, la niña, para convertirla en apariencia en un muchacho. Desde entonces, Marina –que comienza a ser llamada Osama por un niño del vecindario- empieza a trabajar para un anciano tendero que acepta darle empleo conociendo su verdadera identidad, hasta que los talibanes la obligan a acudir a la escuela islámica, donde tendrá que adaptarse a las costumbres de los varones y comenzará a ser acosada por el resto de niños.

El director, Siddiq Barmak
La crítica social mencionada puede apreciarse ya en el mismo comienzo de la película, cuando un grupo de talibanes reprime violentamente una manifestación de numerosas mujeres, cubiertas con burkas, que reivindicaban su derecho al trabajo. Con esa escena se presenta la principal cuestión que Siddiq Barmak quiere reflejar: la situación de desamparo de las mujeres afganas, ya que, ante la prohibición del empleo femenino por parte del régimen talibán, carecer de un varón que sustentara a la familia abocaba a ésta a la miseria en la mayor parte de los casos.

Con el ejemplo de la madre de Marina, que se ve forzada a abandonar su empleo como médico en el hospital ante la llegada de los talibanes, se aprecia el contraste con la situación previa, en la que, como vemos, las mujeres podían alcanzar altos niveles de formación, hasta el punto de ocupar puestos de trabajo de importancia. Esta situación repercute en la sociedad, puesto que eliminar a un sector importante de la población trabajadora tiene consecuencias negativas en las personas que dependen de su labor, en este caso, los enfermos. En definitiva, las mujeres quedan anuladas en todos los niveles tras la llegada de los talibanes, pues no sólo se les prohíbe trabajar, sino también salir de casa sin compañía masculina y sin burka. La prohibición de mostrar partes del cuerpo en público alcanza tal grado que incluso en un momento los talibanes increpan a la madre de la protagonista por dejar ver sus pies. Los efectos de estas medidas en familias como la de Marina son muy perjudiciales, ya que éstas, al estar compuestas únicamente por miembros femeninos –en este caso por abuela, madre e hija-, se encontraban sin posibilidad de sustento. Sin embargo, la misoginia aparece solamente vinculada al extremismo religioso de los talibanes, ya que sí aparecen casos de hombres afganos que muestran compasión por sus semejantes y auxilian a las mujeres. Ante una situación de tal marginación, aparecen dos actitudes contrapuestas: la abuela, defensora de la igualdad entre hombres y mujeres, y la madre, que manifiesta cierto desprecio a lo femenino:
-Ojalá Dios no hubiera creado a las mujeres.
-Hija mía, ¿por qué dices eso? Los hombres y las mujeres son iguales, te lo aseguro. No hay diferencia entre nosotros, trabajan igual de duro y ambos son igual de desgraciados. Un hombre afeitado bajo un burka parece una mujer y una mujer con el pelo corto y pantalones parece un hombre.
Esta conversación y las difíciles circunstancias de la familia las mueven a transformar la apariencia de la pequeña Marina en la de un niño, Osama, con el objetivo de que así pueda trabajar y así aportar dinero para el sustento del hogar. Este cambio de imagen y de comportamientos –pues tiene que adaptarse a los hábitos religiosos talibanes y a las conductas de los niños-, genera un hondo conflicto en la niña, que ve truncada así su infancia, así como su feminidad. El cineasta nos muestra esta pérdida con una metáfora: el juego de la comba representa para Marina una migaja de lo que debería haber sido su vida. 

Finalmente, Marina es desenmascarada primero por sus compañeros de escuela y después por los talibanes, que descubren en sus piernas la sangre del periodo, evidenciando que es imposible ocultar su inherente condición femenina. Su rebeldía contra la sharía conlleva que la encierren en prisión y la sometan a un juicio público en el que no sería la única protagonista. En efecto, en él aparece el inevitable choque de civilizaciones, puesto que se condena a muerte a dos extranjeros, un periodista –que protagoniza la primera escena del filme, grabando la manifestación ya mencionada- y una enfermera. Un breve intercambio de palabras le sirve al director de valiente crítica hacia este modelo judicial, basado en la ley religiosa:
-¿Y los testigos?
-Dios lo sabe.
A Marina, por otra parte, le correspondería un destino diferente, el matrimonio forzoso con un mulá, de quien pasa a depender desde ese momento. Mientras preparan a Marina para su noche de bodas, el resto de mujeres de aquél cuentan a Marina sus tristes experiencias vitales en unos pequeños “monólogos” de gran relevancia. Dos de ellas coinciden en que la llegada de los talibanes fue la causante de su desgracia, ya que por ello cayeron en manos del mulá:
-Que el infierno se lleve a todos los talibanes. Quemaron nuestras casas, nuestra tierra, ya no nos queda nada. Me arrestaron y me casaron con este mulá, arruinaron mi vida, ya no tengo motivos para vivir. Ya no soporto esta prisión en la que estoy.
Sin embargo, la historia de otra mujer es diferente, ya que no destila odio hacia los talibanes, sino que simplemente muestra desprecio hacia su marido.
-Yo era muy niña cuando ese cerdo llegó a mi aldea. Una noche llegó a casa de mis padres y me obligó a casarme con él. Le odio, arruinó mi juventud y toda mi vida, encerró mis ilusiones entre estos muros. Le deseo todos los males que pueda haber.

En definitiva, así se demuestra que no existieron concesiones para las mujeres en la tragedia que les tocó vivir bajo el dominio talibán, como también se aprecia en la distinguida novela Mil soles espléndidos, de Khaled Hosseini. Los detalles sobre el acoso y la opresión inundan la película de Barmak, haciéndonos reflexionar sobre la cita que aparece al principio de la película, unas palabras de Nelson Mandela: “No puedo olvidar, pero puedo perdonar”.




* Sidiqq Barmak (Panjshir, 1962) es una de las figuras clave del cine afgano, muy vinculado a la familia de cineastas Makhmalbaf, que colaboraron en el rodaje de Osama. Es muy conocido por su implicación social en Afganistán, ya que ha reflejado críticamente la situación de su país en La guerra del opio y además es miembro del Movimiento por la Educación de los Niños Afganos (ACEM).

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