¿Quién fue realmente el autor de La Celestina?

En una época tan convulsa como el siglo XV, los autores de algunas obras cuya moralidad podía estar discutida solían guardar el anonimato. Sin embargo, por lo general, intentaban dejar una pequeña pista sobre su identidad para que las mentes preclaras pudieran saber quién había compuesto la obra.

Fernando de Rojas es el reconocido autor de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, más conocida popularmente como La Celestina, aunque aún actualmente se tienen dudas sobre su participación en la totalidad de la obra. Este autor sirve como ejemplo para hablar de esas pequeñas "pistas" de autoría, gracias al regalo que nos dejó como introducción a su gran obra, en el que no deja lugar a dudas sobre su personalidad. En la carta a “un su amigo”, mantiene que encontró escrito el primer acto y que continuó con los otros en quince días de vacaciones, recogido junto a su identidad en estos versos: 




El silencio escuda y suele encobrir
La falta de ingenio y torpeza de lenguas:
Blasón qu'es contrario, publica sus menguas
A quien mucho habla sin mucho sentir.
Como (la) hormiga que deja de ir,
Holgando por tierra con la provisión:
lactóse con alas de su perdición;
LIeváronla en alto, no sabe dónde ir.

Prosigue

El aire gozando ageno y extraño,
Rapiña es ya hecha de aves que vuelan;
Fuertes más qu'ella; por cebo la llevan;
En las nuevas alas estaba su daño.
Razón es que aplique a mi pluma este engaño,
No despreciando a los que me arguyen,
Así que, a mí mismo mis alas destruyen,
Nublosas y flacas, nascidas de hogaño.

Prosigue

Donde ésta gozar pensaba volando,
Oyo de escrebir cobrar más honor,
Del uno y del otro nasció disfavor:
Ella es comida, y a mí están cortando
Reproches y vistas y tachas. Callando
Obstara; y los daños de envidia y murmuros
Insisto remando; y los puertos seguros
Atrás quedan todos, ya cuanto más ando.

Prosigue

Si bien queréis ver mi limpio motivo,
A cuál se endereza de aquestos extremos,
Con cuál participa, quién rige sus remos,
Apolo, Diana o Cupido altivo;
Buscad bien el fin de aquestos qu'escribo,
O de el principio leed su argumento:
Leedlo, veréis que, aunque dulce cuento,
Amantes, que os muestra salir de captivo.

Comparación

Como el doliente que píldora amarga
O la recela, o no puede tragar,
Métela dentro de dulce manjar;
Engáñase el gusto, salud se le alarga:
Desta manera mi pluma se embarga,
Imponiendo dichos lascivos, rientes,
Atrae los oídos de penadas gentes:
De grado escarmientan, y arrojan su carga.

Vuelve a su propósito

Estando cercado de dudas y antojos,
Compuse tal fin que el principio desata;
Acordé dorar con oro de lata
Lo más fino tíbar que ví con mis ojos;
y encima de rosas sembrar mil abrojos.
Suplico, pués, suplan discretos mi falta:
Teman groseros; y en obra tan alta,
O vean, o callen, o no dejen enojos.

Prosigue, dando razones por qué se movió a acabar esta obra

Yo ví en Salamanca la obra presente:
Movíme a acabarla por estas razones:
Es la primera, que estó en vacaciones,
La otra inventaria persona prudente;
Y es la final, ver ya la más gente
Vuelta y mezclada en vicios de amor.
Estos amantes les pornán temor
A fiar de alcahueta, ni falso sirviente.
E así que esta obra en el proceder
Fue tanto breve, cuanto muy sotil,
Vi que portaba sentencias dos mil
En forro de gracias, labor de placer.
No hizo Dédalo, cierto, a mi ver,
Alguna más prima entretalladura,
Si fin diera en esta su propia escritura
Cota, o Mena, con su gran saber.
Iamás yo no vide en lengua romana,
Después que me acuerdo, ni nadie la vida,
Obra de'stilo tan alto y subido,
En tosca, ni griega, ni en castellana.
No trae sentencia, de donde no mana
Loable a su autor y eterna memoria,
Al cual Jesucristo reciba en su gloria,
Por su sancta pasión, que a todos nos sana.

Amonesta a los que aman que sirvan a Dios y dejen las malas congitaciones y vicios del amor

Vos, los que amáis, tomad este ejemplo,
Este fino arnés con que os defendáis;
Volved ya las riendas, porque no os perdáis;
Load siempre a Dios visitando su templo;
Andad sobre aviso; no seáis d'ejemplo
De muertos y vivos y propios culpados;
Estando en el mundo yacéis sepultados.
Muy gran dolor siento cuando esto contemplo.
O damas, matronas, mancebos, casados,
Notad bien la vida que aquéstos hicieron;
Tened por espejo su fin cuál hobieron:
A otro que amores dad vuestros cuidados.
Limpiad ya los ojos, los ciegos errados,
Virtudes sembrando con casto vivir;
A todo correr debéis de huir,
No os lance Cupido sus tiros dorados.


¿Es una broma o realmente el nombre de Fernando de Rojas está escrito en esta larga composición?
Sí, en efecto, si se lee la primera letra de cada verso y, teniendo en cuenta los cambios con respecto al castellano medieval, se puede adivinar: El bachiller Fernando de Rojas acabó la Comedia de Calisto y Melibea, y fue nacido en La Puebla de Montalbán. 


Pero, ¿quién fue este hombre?
En primer lugar, hay que citar que, en  1902, el historiador Serrano y Sanz descubrió las actas de un proceso de la Inquisición en Toledo contra Álvaro de Montalbán, acusado de judaísmo. El procesado declaraba tener una hija, Leonor Álvarez, “casada con el bachiller Rojas, que compuso a Melibea”, y que era vecino de Talavera de la Reina. Pero, además, otros documentos sobre Rojas indican tanto que nació en Puebla de Montalbán (o Toledo) como que estudió Leyes en Salamanca (1492?), donde adquirió elementos humanistas, espíritu crítico y cierta postura filosófica, y residió en Talavera de la Reina. Allí fue alcalde mayor, cargo público que exigía limpieza de sangre, a lo que se suma, por otra parte, que no se ha encontrado documentación que afirmara su condición de judeoconverso, pese a que su suegro sí fuera acusado de judaizante.

Pese a todos estos avances, los datos conocidos aún actualmente son muy escasos, situación a la que ha contribuido el hecho de que Fernando de Rojas sea un autor devorado por su propia fama, es decir, dio tanta voz a sus personajes que finalmente ocultó la suya.

Además de Serrano y Sanz, Stephen Gilman también ha destacado por sus investigaciones sobre la identidad de Rojas. Éste descubrió que a principios del siglo XVII un pariente del autor comenzó un proceso de probanza, es decir, para acreditar su derecho a la hidalguía. Los encargados de remontarse en el estudio familiar para buscar algún un familiar converso llegaron hasta el suegro de Rojas, tras lo que, probablemente, la familia, humillada, se trasladaría a Puebla de Montalban.

Estos son prácticamente los datos que se conocen sobre el autor de la Tragicomedia..., pero los estudiosos de la literatura y los historiadores todavía no han confirmado que la autoría del primer acto y de otros cinco intercalados en la misma se corresponda también con él.


Por lo tanto, existe una dualidad de opiniones con respecto a este punto, entre quienes defienden que se trata de un único autor (ilustrados del siglo XVIII, Menéndez y Pelayo) y quienes afirman lo contrario, que se trata de dos autores diferentes, tal y como afirma el mismo Rojas (autores del siglo XVI y XVII, Castro Guisasola).
No obstante, la disparidad de opiniones sobre el primer acto -para cuya autoría ya no se admiten las atribuciones a Juan de Mena y Rodrigo de Cota- no se repite a la hora de estudiar los otros cinco, donde hay mayor acuerdo. Así, muchos autores han defendido que quizá los escribiera el mismo Rojas en colaboración de amigos intelectuales que le suministraron los materiales, argumento defendido la abundancia de elementos cultistas que encontró Mª Rosa Lida.

Comentarios

  1. Que curioso! Gracias por compartir un pedacillo de cultura

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  2. Curiosa forma de mostrar su identidad. Pero si quería ocultarla, ¿por qué dejó esos versos? En cualquier caso, parecía tener la esperanza de que algún día se reconociera esta gran obra como suya.

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    1. La dejaria para que supieramos quien es sin tener que dejar su nombre no?

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