'Los fantasmas del invierno': unas insípidas apariciones pirenaicas

Poco tiene que ver la última obra de Kate Mosse con sus anteriores best-sellers, 'Laberinto' y 'Sepulcro', más allá de la ambientación espacial, como siempre, muy vinculada al sur de Francia. Además, resulta peculiar -y es de agradecer- que 'Los fantasmas del invierno' sea notablemente menos extenso que los dos títulos citados, pues, como señala la propia autora, se trata de una "versión" de una novela corta que destinó a la iniciativa Quick Reads de fomento a la lectura en 2009. Quizá la limitación previa de la extensión del relato sea el motivo por el que éste no alcanza la profundidad a la que Mosse nos tiene acostumbrados, de modo que probablemente hubiera sido conveniente rehacer totalmente la historia antes de su publicación.

Corre el año 1928. Freddie Watson todavía lamenta la pérdida de su hermano, el cual falleció en la Gran Guerra. Mientras Freddie se adentra con su coche entre las montañas de los Pirineos franceses, sufre un accidente provocado por una fuerte tormenta de nieve. Freddie se refugia en un cercano pueblo abandonado, donde se encuentra con una hermosa y cautivadora mujer. Se pasan toda la noche charlando animadamente de amor, de pérdidas y de la guerra. Pero cuando amanece, Fabrissa ha desaparecido y Freddie se da cuenta de que porta una llave que abre un antiguo misterio que le arrastrará a la profundidad de las montañas, a una cueva en la que ese misterio ha permanecido oculto durante más de 700 años.
Editorial: Suma de Letras

La propia sinopsis que ofrece la editorial en su página web constituye prácticamente un resumen completo de la obra. La prosa de Kate Mosse, como viene siendo habitual, se presenta rápida, amena, lo que aligera de manera considerable un argumento cojo que la misma autora no parece capaz de desarrollar en toda su potencia. Las páginas se suceden, pero la historia no avanza y se queda en un triste intento de lo que pudo ser y no fue. Con todo, los dos protagonistas están bien perfilados y caracterizados: especialmente Freddie, cuya inestabilidad emocional permite a Mosse desplegar todas sus armas literarias para la descripción psicológica de sus personajes. El desenlace del relato resulta insípido -si bien todo el nudo también lo es- y deja al lector con una conclusión ciertamente moralizadora que clama por la recuperación de la memoria.

Los amantes del Miègjorn y de su convulsa historia encontrarán en este libro una exigua referencia más a los albigenses y a la represión inquisitorial en la zona; los amantes de los relatos de fantasmas seguramente quedarán decepcionados; y, por último, los amantes de la lectura en general verán en ésta una obra insulsa cuya base argumental pudo haber ofrecido mucho más.


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